EL ECOSISTEMA DEL SOCIALISMO
Todo comienza con una idea. El fundador de Waze, Uri Levine, aconseja que
“hay que enamorarse del problema y no de la solución”. Cuando ocurre eso, es fácil dejar de escuchar
retroalimentación. “La disrupción no tiene que ver con la tecnología, sino con
cambiar las reglas del juego del negocio”, sugiere Levine. Doscientos cincuenta millones de personas en el
mundo usan la aplicación de Waze, que ayuda al conductor a evitar el
tránsito.
Levine fue el creador de un
pequeño emprendimiento que tuvo un crecimiento inmediato. En el año 2013, cuando ya contaba con
cincuenta millones de usuarios, Waze fue vendido a Google por mil millones de
dólares.
Eso hacemos los
comerciantes. Ofrecemos soluciones. Si no existieran soluciones tecnológicas,
tiendas, almacenes, crédito o fábricas, sería complicado conseguir los
productos o servicios que requerimos para vivir. Cada uno de nosotros tendría que hacerlos. Como era antes de la primera revolución
industrial. Una época en la que las
personas morían de hambre si la cosecha era mala.
Gracias a que existe un
empresario, dispuesto a ofrecernos el producto o el servicio, podemos
adquirirlo fácilmente. De hecho, sin
empresarios, el Estado tendría pocos recursos, porque vive de los impuestos que
genera el comercio.
Por eso no comprendo el
socialismo que quiere “redistribuir la riqueza” en lugar de impulsar un
ecosistema que brinde oportunidades para que todos podamos prosperar. Al destruir la producción y el espíritu de
emprender, comienza el decrecimiento.
Como la industria azucarera y turística de Cuba después de la revolución
castrista.
Los socialistas no son afines
al emprendimiento o al trabajo. Les
gusta el colectivismo: que alguien trabaje para que ellos puedan recibir un
sueldo como funcionarios públicos. Los
socialistas prefieren dirigir la economía (matriz productiva/corrupción)
mientras almuerzan langosta y beben champán pagados con la recaudación tributaria
que nos cobran.
Hace unos días escuchaba a un
tecnócrata. Repetía que era un
técnico. Contaba sus viajes. Sus triunfos en la burocracia mundial. Todo eso financiado con nuestros
impuestos. Simultáneamente, nos exigía
cumplir con un laberinto de trámites incompresibles para poder importar. Como si la institución pública que él dirige,
fuese la única con la que los comerciantes tenemos que lidiar. Nos desconcentran de nuestra función
principal: producir.
Es que para los socialistas,
importar o comprar son malas palabras. No
se han sentado a pensar que en una compra venta, ganan las dos partes. Les asustan los acuerdos comerciales, porque
creen que solamente el país tiene derecho a exportar, pero no a comprar de
otros. Los extranjeros no son tontos. En el comercio y en la vida, las dos partes
tienen que ganar para tener una relación a largo plazo.
Se preocupan del déficit de la
balanza comercial porque creen que todo se puede producir en el país. Eso es falso.
Ningún país del mundo produce todo.
Se requiere importar para poder producir. Por ejemplo: maquinarias, insumos o cosas que
el consumidor necesita y no se van a poder fabricar porque no es rentable
hacerlo en el Ecuador. Países
dolarizados como Panamá y Estados Unidos tienen una balanza comercial perennemente
deficitaria, pero crecen. En cambio,
Ecuador decrece gracias a la fijación psicótica que el socialismo del siglo XXI
tiene con el déficit comercial. Lo
importante es la última línea del balance: el país crece o no.
Pero además esconden una
realidad: es la administración pública quien envía más dólares fuera. Como consecuencia del pago de la deuda
pública externa y la compra de los derivados de petróleo. De hecho, el gobierno gasta más en pago de
deuda que en inversiones de salud y educación juntas.
El problema es uno: el
gobierno gasta más de lo que le ingresa.
Ese problema se lo quieren endosar al sector privado. Por eso pedían
constantemente que paguemos más impuestos.
Promulgaron normas técnicas, incrementan aranceles u otros inventos. Todo para aumentar la recaudación
tributaria. Gracias a eso, el Ecuador es
un país caro para vivir. Dejen de
endosarnos el problema. Gasten menos de lo que les ingresa para que los
ciudadanos tengamos una mejor calidad de vida.
Los socialistas del siglo XXI
añoran los altos precios del petróleo.
Cuando el hidrocarburo estaba en más de cien dólares no tenían que
pensar en cómo ahorrar, ni conversar con el molesto sector privado. Se dieron el lujo de tener déficit fiscal con
un barril de petróleo a cien dólares. Vivieron
la época dorada. Pero eso ya pasó y
ahora el desafío es concentrarse en fomentar la productividad y competitividad
que nos van a salvar a todos.
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