CLEPTOCRACIA
Hace tres años, mi esposa y
yo, estuvimos menos de veinticuatro horas en Atenas. En el trayecto del aeropuerto al hotel, el
taxista nos contó que su hijo, menor de edad, había fallecido porque no tuvo
los recursos económicos suficientes para salvarlo. También relató la crisis económica que vivían,
el endeudamiento excesivo del gobierno, el desempleo y la corrupción de los
políticos. Cuestiones que hoy palpamos en nuestro país.
Llegamos apenados al hotel,
pero como teníamos poco tiempo antes de irnos al día siguiente, decidimos visitar
la Acrópolis. Al llegar, se nos acercó
una señora entradora a ofrecernos un tour guiado privado. Nos pareció económico y la contratamos en
conjunto con un par de estudiantes extranjeras que se unieron al recorrido. La guía era una enciclopedia. Pronto descubrimos que estaba ebria. Eran las tres de la tarde. Síntoma del escapismo ante la realidad de
Grecia.
Aquí todavía no llegamos a ese
estado porque es la economía la que se encuentra dopada. El circulante es el resultado de la emisión
de bonos públicos, deuda interna y externa.
No de productividad, ni competitividad.
Este gobierno, en su corto mandato, ya emitió, en Nueva York, dos mil
millones de deuda en bonos soberanos con elevadas tasas de interés, para
hacerlos atractivos a los compradores.
Esos bonos son para cubrir el déficit del sector público recibido como
herencia de la administración anterior.
Un Estado que gasta más de lo que ingresa y se resiste a reducir los
egresos tendría que ser el primer problema a resolver por parte del nuevo presidente.
Grecia quedó grabada en mi
memoria. No por su valor histórico, que
siempre quise conocer, sino por la depresión de su población.
Grecia, Venezuela, Argentina
(del socialismo del siglo XXI) y Ecuador son ejemplos de las consecuencias de
la cleptocracia, que se suscita cuando todos los sectores del poder son
corruptos, reina el nepotismo, el clientelismo político y el peculado.
Exigimos castigo a quienes
hayan cometido delitos contra la administración pública. Por el saqueo de nuestro dinero en manos de
ladrones que se disfrazaron de gobernantes, llegando a perseguir a los denunciantes
de sus fechorías. Amorales que no ayudaron
a los pobres, mientras querían subir la carga impositiva a los honestos para
continuar el círculo vicioso.
El presidente electo tiene la
oportunidad de conectarse con la población,
permitiendo al poder judicial actuar con independencia del
ejecutivo. Para que sancione con penas
privativas de la libertad a los autores, cómplices y encubridores. Tanto del sector público, como del privado.
No inventemos comisiones
anticorrupción. Articulemos un poder judicial fuerte e independiente. Con las funciones y atribuciones que le
otorga la Ley. La certeza del Derecho
fundamenta las actividades de los países desarrollados. Garantiza que los bienes y derechos de los
individuos no serán vulnerados.
Pensar que es necesaria una
comisión anticorrupción implica un Estado fallido. Un sistema judicial débil siempre será
promovido por aquellos que participan en la cleptocracia. Fue Napoleón quien dijo que “si quieres
solucionar un problema, nombra un responsable; si quieres que el problema perdure,
nombra una comisión”.
Señor Fiscal: lo apoyamos en
su lucha contra la corrupción. Usted es parte de la función judicial. Si aplica la Ley, ganamos todos, menos los
delincuentes.
La Asamblea Nacional, como
otro poder del Estado, que debería ser independiente, también tiene la
obligación constitucional de fiscalizar a las otras funciones del Estado (a la
Función de Transparencia y Control Social, de la que son parte la Contraloría y
las Superintendencias, por ejemplo) y a los servidores públicos. Durante diez años se olvidaron de ese
deber. Es hora de recordarlo para poder vivir en una sociedad en
la que los honrados puedan prosperar.
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