EL BURDEL CUBANO
El proyecto de Ley Orgánica
de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales define al latifundio como la propiedad rural de gran
extensión ineficientemente aprovechada, en cuyo caso podrá ser expropiada. Eso quiere decir que un funcionario público
tendrá la discrecionalidad para decidir si una superficie de tierra es lo
suficientemente grande para considerarse latifundio y si su productividad es la
adecuada; contraviniendo a la Constitución y al COOTAD, porque son los gobiernos
autónomos descentralizados quienes están obligados a planificar el ordenamiento
territorial.
Con la misma intención que el
oficialismo, en 1959, el gobierno revolucionario de Fidel Castro comenzó a
promulgar leyes que finalmente llevarían a la eliminación total de la gran y
mediana propiedad privada. El resultado
es que más de dos millones y medio de cubanos emigraron hacia países en los que
sí tienen incentivos para producir.
Al contrario de lo que los
hermanos Castro tratan de hacer creer, la isla no era un burdel administrado por
Washington. Si bien es cierto, no era un
país desarrollado, Cuba tenía el puesto veintidós en el mundo en médicos por
habitantes. Su tasa de mortalidad era
5.8 (tercera en el mundo), mientras que la de Estados Unidos era 9.5 y la de
Canadá 7.6. A finales de los años
cincuenta, Cuba tenía la tasa de mortalidad infantil más baja de América
Latina. También era la nación número
ocho del mundo, en cuanto a las mejores remuneraciones de trabajadores
industriales.
La isla ocupaba el puesto
número treinta y tres, entre ciento doce naciones del mundo, en cuanto a nivel
de lectura diaria, lo cual contradice el argumento de que existía un gran
número de analfabetos. Según el Anuario
Estadístico de las Naciones Unidas, el país poseía, antes de la revolución
socialista, un radio por cada cinco habitantes, un televisor por cada
veintiocho, un teléfono por cada treinta y ocho y un automóvil por cada uno de
cuarenta habitantes.
Hoy, después de haber
redistribuido las tierras, Cuba está como está.
Su principal producto de exportación, el azúcar, administrado por el
Estado, ha caído hasta montos preocupantes.
El Ministerio de Agricultura ocupa un edificio enorme y tiene un millón
doscientos mil empleados. Los campesinos
culpan a esta institución de generar constantemente normativas que se han
convertido en el principal obstáculo para el desarrollo de la agricultura. ¿Coincidencia?
Esto demuestra que la
redistribución de la tierra no erradica la pobreza, logra mayor productividad,
ni garantiza la soberanía alimentaria.
Simplemente violenta el derecho de propiedad, generando inseguridad
jurídica y desconfianza, alejando la inversión del país. El hecho de que le regalen tierra a alguien
no significa que esa persona logrará explotarla eficientemente. Ningún Estado ha sido un buen administrador
de negocios. La historia así lo
confirma. Todavía existe la posibilidad
de que el Ejecutivo objete este proyecto que atenta contra la economía
nacional.
Comentarios
Publicar un comentario