MERCANTILISMO ESTATAL
Durante la época de la
conquista de América, Europa tenía una sociedad feudal manejada por una nobleza
que obligaba a los campesinos a prestar servicios laborales gratuitos y pagar
tributos. El feudalismo venía sintiendo,
desde el siglo XIII, el impacto del desarrollo de las ciudades, originando revueltas
agrícolas violentas que amenazaron el orden señorial y pusieron sobre la mesa
de discusión los rasgos más odiosos del modelo.
Eso obligó a reflexionar a los pensadores de la época sobre la necesidad
de formular un nuevo sistema económico.
Somos herederos del mercantilismo
estatal europeo en el que la monarquía absolutista intervenía en la economía. El Estado permitía, con sus actos, que a un
individuo le vaya bien o caiga en desgracia.
Todo dependía de sus relaciones con la corte. Y en ese contexto, se protegía la producción
local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando
monopolios privilegiados. Se imponían
aranceles a los productos extranjeros y se acuñaba la moneda generando
inflación; siempre con la intención del incremento de los ingresos
fiscales.
Estas ideas políticas desaparecieron
en el siglo XIX, pero parecieran vigentes.
Sentimos que vivimos en un esquema que fomenta la división de clases
entre pelucones y pueblo, sin que queden claro cuáles son los requisitos para
entrar a cada una de esas categorías, que al final, no son más que una
entelequia. Lo único que existe es el individuo.
El ejercicio del poder electoral de las mayorías no puede descuidar los
derechos de las minorías, facultando la opresión del individuo y sus derechos
fundamentales como la vida, la propiedad y la libertad en todas sus formas.
¿Es malo ser pobre? No. El inconveniente surge cuando el país no
ofrece igualdad de oportunidades para que todos los individuos puedan acceder a
la riqueza. Ese sería un país
injusto. Que perjudica a la mayoría,
protegiendo a unos pocos mediante las salvaguardias, por ejemplo. O que le permite hacer dinero solamente a
aquellos individuos que tienen contactos con el gobierno.
Nunca existió la larga noche
neoliberal. Desde la época de la
conquista han existido restricciones al libre comercio. Hemos prolongado un sistema económico pernicioso
que transfiere riqueza, no la crea. Es
hora de cambiar. Requerimos reglas
claras y atemporales, que le permitan al individuo planificar su crecimiento
económico a largo plazo sin tener que pedirle favores al gobierno de turno.
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