EL POPULISMO DE NUESTRO SIGLO
El populismo es hijo de la crisis
económica y de la decadencia de los partidos tradicionales, incapaces de dar
respuestas a las demandas de los ciudadanos.
Sus líderes se presentan como redentores. Caudillos con pocas ideas, que repetidas
hasta la saciedad, logran que suenen como nuevas. Generalmente, no son más que insultadores,
que usan entelequias como la palabra “pueblo”.
Tienden a irrespetar el estado de derecho y los derechos de los
individuos so pretexto de promover el colectivismo. Son fieles a esa moral emocional, ese doble
lenguaje de buenos y malos, los de abajo y los de arriba, los patriotas desheredados
frente a los explotadores sin nombre.
El populismo ignora los
principios básicos de la economía. Su
modelo se basa en el excesivo gasto fiscal y el proteccionismo. Llevan bien las agresiones abiertas, pero no
la crítica sutil, dirigida al centro de sus postulados. Y es en ese momento cuando infringen el
derecho a la libertad de expresión de los individuos. Sus líderes son capaces de insultar a sus
mandantes, pero no soportan lo contrario.
Los hemos visto surgir de
propuestas callejeras. En España se denominaron indignados y aquí: forajidos. Nacen de una masa anónima incongruente en su
propuesta, pero que apuesta a la horizontalidad con jefes carismáticos Esos líderes han tenido la visión de captar
los mensajes callejeros y transformarlos en nitroglicerina. Sus seguidores quieren verlos como portavoces,
no líderes. Articulan mecanismos
democráticos para darles legitimidad a los cabecillas. Para eso instituyen elecciones primarias, las
rendiciones de cuentas y exámenes previos a la asunción de cualquier cargo.
No usan mensajes
institucionales. Preguntan, desafían y
contestan. Emplean conceptos
sencillos. Se mueven muy bien en la
televisión y en las redes sociales.
Provocaron el retorno del despotismo ilustrado: todo para ustedes,
gracias a ustedes, pero en caso de gobernar, lo haremos sin ustedes.
Se dieron cuenta de que la
frustración política ha tocado a mucha gente, que reclama una participación
real en la toma de decisiones. Las
instituciones del pasado eran jerárquicas y obligaban al individuo a
supeditarse a una idea más grande que él.
Al final, el populismo no pasa de ser un truco para llegar y mantenerse
en el poder. Termina en desastre por la
incoherencia de sus postulados.
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