ENTRE HEMINGWAY Y LOS GUATOS

Recuerdo la primera visita que hicimos en familia a la casa de Ernest Hemingway en Key West.   Una experiencia que involucraba todas las extravagancias de un escritor de la “generación perdida” americana.  Una piscina construida a un costo de veinte mil dólares, que llegó a ser la única en cien millas a la redonda.  Precio exorbitante para la época.  Un buen número de gatos descendientes de un felino de seis dedos pululan los exteriores de la vivienda decorada con antigüedades europeas, combinadas con recuerdos de animales salvajes sacrificados durante safaris del escritor en África y el oeste americano.  Fotos de pescados gigantescos pueden verse en las paredes de la residencia a la que el novelista y periodista arribó en 1928.  Cuando llegó, vía La Habana, desde su larga estadía en París,  Key West estaba poblado por gente interesante que iba desde abogados y hombres de negocios exitosos hasta pescadores bohemios y buscadores de tesoros submarinos.  Todos se reunían en Sloppy Joe a tomar bebidas espirituosas en un ambiente que me hace suspirar de envidia.  Sin celulares, ni comunicación excesiva, signo de los tiempos actuales.

Inspirado en las fotos de las paredes del cuentista americano, decidí salir a bucear en las zonas en las que él pescaba entre Key West y Cuba.  Esperaba ver atunes gigantes o por lo menos, ver saltar un par de peces espadas.  Me aseguré de ir a Dry Tortugas, que era uno de los lugares cercanos donde Hemingway iba a pescar.  El bote: maravilloso.  Sol brillante y mar azul.  Pero peces grandes, ninguno.  Todos diminutos.  Han transcurrido casi veinte años desde ese viaje familiar.  A pesar de lo maravilloso que fue, evoco con tristeza esa experiencia.  Los últimos peces grandes de Key West, se encuentran en las fotografías de la casa de uno de los hombres que me han inspirado a vivir en aventura.

Desde aquel entonces he continuado buceando en diferentes lugares del mundo.  Cuevas, cavernas y mar abierto.  Felizmente, existen ciertos puntos protegidos por las leyes y otros que son de tan difícil acceso, que todavía se pueden ver animales gigantescos.  La mayoría están en países considerados subdesarrollados.  Por eso me apena cuando leo en el periódico que en la península de Santa Elena capturaron un mero de cuatrocientas libras.  Un animal majestuoso bajo el agua.  En peligro de extinción.  Totalmente pacífico y por lo tanto, de fácil captura con arpón.  Es de carne blanca, pero grasosa.  Habitan en cavernas o junto a grandes piedras.  No son migrantes y eso hace que un buzo los pueda encontrar si conoce su ubicación.  Entiendo que el comprador pagó mil dólares por el animal muerto.   Desde el punto de vista turístico, ese pez vale millones de dólares.  Si en Ayangue, por ejemplo, existiera un mero de cuatrocientas libras, habría una fila constante de buzos de todo el mundo listos para visitarlo. 


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