VOTO VOLUNTARIO
Según la Constitución, el voto es facultativo
para las personas entre dieciséis y dieciocho años de edad, las mayores de
sesenta y cinco años, los ecuatorianos que habitan en el exterior, los
integrantes de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional, y las personas con
discapacidad.
Todos los demás, estamos obligados a
votar. La mayoría concurre a las urnas
para obtener el certificado de votación y para evitar una sanción equivalente
al diez por ciento del salario básico unificado, no por un verdadero interés en
sufragar tras una profunda meditación del voto durante la ley seca.
Los simpatizantes del voto obligatorio
argumentan que fomenta el compromiso cívico y que un movimiento hacia la
votación voluntaria llevaría a una desconexión generalizada de la política, con
una baja participación en las elecciones y una comunidad desinteresada en su
propio gobierno. Existen pocas pruebas
que apoyen ese criterio.
Algunos mencionan el caso de Estados Unidos,
donde la participación de los votantes rara vez ha superado el 60% en las
elecciones presidenciales modernas. Pero
Estados Unidos no es la única democracia que cuenta con el voto voluntario. De
hecho, la mayoría de los países que integran la Organización para la Cooperación
y Desarrollo Económicos (OCDE) tienen voto voluntario.
La participación del electorado entre los
países que integran la OCDE, es mucho mayor de lo que uno podría esperar, con
un promedio de casi el 80%. Es decir,
tienen un porcentaje similar al ausentismo electoral que presenta el Ecuador, a
pesar del voto obligatorio.
El voto obligatorio refuerza la mentalidad
simplista de los partidos políticos, según la cual, intentan eluden ofender al
menor número posible de votantes o intereses particulares, reduciendo las
contiendas políticas a un esfuerzo por aparecer como la opción menos mala,
evitando plantear soluciones de fondo y así, ganar la elección.
Con el voto voluntario los candidatos,
especialmente aquellos que van por la reelección, tendrían que hacer más en
beneficio de los votantes y asistir a los debates para poder convencer a la
ciudadanía con argumentos, no solamente regalando camisetas durante los
recorridos de campaña.
Cuando los electores están insatisfechos con
las ofertas de los principales partidos, el voto voluntario permite una forma
legítima y poderosa de autoexpresión política: no votar. Nada podría enviar un
mensaje más claro a los partidos políticos.
El voto tiene que convertirse en un derecho, no
un deber. Otra reforma pendiente a la
Constitución para fortalecer nuestra democracia en favor de la libertad
individual y la prosperidad.
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