PROMOCIÓN ELECTORAL
Las últimas elecciones nos dejan varias
lecciones.
Hay que reformar el artículo 115 de la Constitución y
leyes de menor jerarquía. Es incorrecto
que se invirtamos USD 141 millones de los recursos pagados por los
contribuyentes para financiar las campañas de candidatos. No es socialmente responsable.
Debería primar la libertad de decidir individualmente si se aporta recursos
económicos para que un postulante haga su campaña electoral.
Debería primar la libertad de decidir individualmente
si se aporta recursos económicos para que un postulante haga su campaña
electoral.
Con USD 141 millones que provienen del esfuerzo de los
contribuyentes y los recursos que genera el monopolio del petróleo, se podría
ejecutar bastante inversión social, que hoy no existe por la despilfarra del
sector público.
El argumento de los que discrepan con esta posición es
que los candidatos quienes no tienen dinero, no podrían participar. La realidad es que una elección se gana por
el reconocimiento del candidato por parte de los electores. Para lograr ese objetivo, tienen que trabajar
con mayor anticipación.
Si el candidato es conocido y tiene probabilidades de
ganar, será apoyado económicamente por quienes así lo decidan, pero es injusto
que los demás contribuyentes nos veamos obligados a financiar a los candidatos
con cuyas propuestas incluso podríamos estar en desacuerdo.
El esquema vigente de la
promoción electoral da paso a trapacerías.
Gran cantidad de los candidatos no obtuvieron ni el 1% de la votación
(por ejemplo, 23 de 48 candidatos al alcalde de Guayaquil, Quito y Cuenca no
alcanzan ni el 1%) y coincidentemente, en algunos casos, tampoco habían pagado
impuesto a la renta en los últimos años.
Lo que significa que los fondos de promoción electoral se convierten en
una tentación para miembros de la función electoral y aspirantes a cargos de
elección popular.
Estos fondos de promoción electoral que abonamos los
que pagamos impuestos, fomentan el registro de más candidatos sin posibilidades
de ganar, haciendo innecesariamente difícil la organización de un debate transmitido
por medios de comunicación tradicionales, porque la Ley obliga que se le dé
igualdad de espacios a todos los aspirantes.
En otros países del mundo, solamente se invitan a los
que tienen un porcentaje significativo de la votación. Aquellos que tienen menos del uno por ciento
de la intención de voto según las encuestas, se encuentran en el margen de
error del más dos y menos dos por ciento de los sondeos electorales.
Se podría liberar a los
productores de debate de esta camisa de fuerza, para que estructuren debates idóneos
que permitan a los electores votar con la información necesaria sobre los que
tienen posibilidades reales de ganar.
En cuanto a la elección de los miembros del Consejo de
Participación Ciudadana y Control Social hubo un alto porcentaje de votos nulos
por dos motivos. El primero, se impulsó
una campaña con ese fin y el segundo, era tremendamente complicado elegir
correctamente a sus miembros. Una razón
más para abolir la existencia de esta institución, que además de costarnos, también
se presta para evitar el combate a la corrupción y la delincuencia.
Vamos hacia una mayor libertad. Dejemos de malgastar los recursos públicos. Reformemos mediante una consulta popular
todos estos aspectos que debilitan a la democracia y a las escuálidas arcas
públicas en beneficio de unos pocos sabidos.
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