¿QUIERES PROBAR MI PODER?

Murió Fidel Castro.  Dejando un rastro de violencia y pobreza que prolongó el sufrimiento cubano durante más de medio siglo. Es el representante de la estrategia clásica de la extrema izquierda: alcanzar el poder por la fuerza, porque por las urnas era imposible.  En el camino, mintieron.  La revolución cubana no se presentó comunista.  Castro la fue radicalizando hasta perpetuar su gobierno en el tiempo.

Es importante tener presente esta historia, porque ahora las dictaduras se disfrazan de democracias elegidas por la mayoría y se van endureciendo hasta someter a sus habitantes, vía la corrupción total de los poderes, incluyendo a las fuerzas armadas, que son las que custodian las armas.  Finalmente el ciudadano común no puede ejercer casi ningún derecho humano.  Ejemplo: la Venezuela de Maduro.

Este tipo de regímenes es maravilloso para los funcionarios públicos.  Viven mejor que los demás.  La sociedad civil los solventa, mientras empobrece.  La propaganda vende al Estado y al líder mesiánico como deidades.  Entes superiores que conocen lo que es lo mejor para cada ciudadano: el colectivismo.  Por eso detestan la libertad individual y el derecho a la propiedad.

El servidor que caiga en desgracia con el líder, lo pierde todo.  Es alienado.  He ahí la razón por la cual estos sistemas están conformados por sujetos sin bandera.  Dispuestos a vender a su compañero por una migaja.  Es la única forma de escalar posiciones. No como en el sistema de libre mercado, en el que la persona depende del esfuerzo personal, mas no de los privilegios otorgados a discreción por un burócrata, siempre a cambio de algo.

Los socialistas del siglo XXI están aterrorizados.  En un modelo estatista no se sanciona la corrupción de los funcionarios públicos.  Están cobijados por una red de individuos que ostentan cargos judiciales y de control.  Quienes los ejercen, les deben sus puestos y por ende, su estilo de vida.  Gente sin escrúpulos, salvo excepciones. 

Pero si el Estado de derecho retorna, todos sus delitos saldrían a la luz y serían sancionados.  Nadie que haya sustraído fondos públicos indebidamente quiere que la fiesta termine.  Al contrario: la fiesta debe continuar, para nunca tener que responder ante la verdadera justicia. 

Un amigo me contaba que su hermana y su padre, fallecidos hace treinta y doce años respectivamente, votaron en las últimas elecciones.  A su otra hermana, viva, que se acercó a pagar la multa por no haber ido a votar, le dijeron que no era necesario porque ella sí había sufragado.   De allí que debemos vigilar de cerca los actos de las autoridades encargadas del control electoral durante los próximos comicios. 

Esa es la importancia de que un país tenga institucionalidad de los poderes del Estado.  No puede ser que una persona meta la mano en ellos y les ordene qué hacer.  Nadie debe tener plenos poderes, porque hasta las personas mejor intencionadas se equivocan.  Peor las que están obrando de mala fe para encubrir delitos.  Tenemos que votar por quien sea capaz de regresarnos a un Estado de derecho.

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