DICTADURA CONSTITUCIONAL
Casi no existen dictaduras en
las que se asesinan a los opositores.
Las de la actualidad respetan la Constitución, pero concentran el mando
en manos de un gobernante que directa o indirectamente controla todos los
poderes del Estado. Entonces, a nadie
sorprende que una asambleísta llegue a declarar que el principio de Montesquieu
de separación de poderes es arcaico; cuando la mayoría de los politólogos lo
consideran un requisito indispensable para que exista un Estado de Derecho. En un régimen equilibrado, se limita el poder
mediante un sistema de pesos y
contrapesos.
Una Constitución que, aunque
elaborada a la medida, ya le quedó pequeña a un gobierno obeso que demanda más
poder y menor rendición de cuentas. Se
promulga legislación que va contra esa ley suprema, creando impuestos
retroactivamente y discriminando a la ciudadanía. Se inician juicios que no respetan el derecho
de propiedad, derecho a la intimidad, el debido proceso o el derecho a la
defensa. En definitiva, los derechos
constitucionales.
Simultáneamente los medios de
comunicación denuncian actos ilegales cometidos por altos funcionarios públicos
que no solamente no son procesados, sino que además, son juez y parte de sus
propios casos.
Las autoridades se sorprenden
que no venga la inversión o que la existente, salga disparada hacia otros
países de Latinoamérica que compiten por atraerla. No ofrecemos seguridad jurídica. Nadie confía en la justicia ordinaria, aunque
lo más problemático es el constante cambio de las reglas del juego para hacer
negocios. Solamente en lo tributario
hemos sido testigos de veintisiete reformas a leyes y veinticinco a reglamentos. Nadie puede elaborar un plan de negocios
así. Para las empresas que operan en el
país, largo plazo significa tres meses.
Los negocios y los empleos no se
generan por decreto. Eso es ignorar cómo
funciona el mundo. Los gobiernos tampoco
pueden ser tramposos. Los países más
exitosos son aquellos en los que los gobernantes tienen propuestas que ofrecen
crecimiento económico, libertad individual, confianza y promueven el libre comercio. Las grandes perdedoras son las naciones que
fomentan la envidia y una constante necesidad de despojar a los ciudadanos de
su patrimonio, porque prefieren un Estado que gaste improductivamente los
recursos públicos financiados con el esfuerzo de la sociedad civil. Las cifras y la historia así lo
demuestran. Es hora de cambiar el modelo
económico fracasado, por uno que ofrezca prosperidad y no limitaciones a ella.
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