LA ESTRANGULACIÓN
Cuando las salvaguardias
fueron implementadas en marzo del año pasado, la Cámara de Comercio de
Guayaquil vaticinó que estas, junto con las demás restricciones comerciales
promulgadas por el gobierno, estrangularían la liquidez del mercado. Se sugirió que sean inmediatamente derogadas
porque el mercado se corrige solo, pero el argumento oficialista fue que las salvaguardias
solamente afectarían a quienes comían salmón o manzanas chilenas.
Hoy constatamos la
realidad. Las restricciones comerciales
son recaudatorias, para que los funcionarios públicos sigan gastando nuestro
dinero improductivamente, como por ejemplo, en ciertas empresas públicas que tienen
millones de dólares en pérdidas. Tenemos
un exceso de secretarías con rango de ministerio, ubicando a nuestro país entre
uno de los que más ministerios tienen en la región.
El Estado debería convertirse
en un facilitador del comercio, firmando más acuerdos de libre comercio que nos
permitan vender más, no un impedimento del comercio, restando liquidez a la
economía. Si tuviéramos acuerdos
comerciales con otros países, podríamos exportar más y traer los dólares que se
requieren.
En este afán voraz de
apropiarse de la liquidez del ciudadano común castigando más la productividad
al país, el poder ejecutivo presenta el proyecto de la Ley Orgánica para el
Equilibrio de las Finanzas Públicas, cuyo título, por su contenido, bien podría
ser Ley Orgánica para la Aniquilación de la Clase Media y Baja, porque sigue
incrementando el precio de productos de consumo masivo, perjudicando a toda la
cadena productiva. Si se consume menos
se afecta la economía de las fábricas, los distribuidores, los minoristas
(tiendas, bares, restaurantes, almacenes y al turismo que trae dólares),
reduciendo aún más el comercio, el circulante y los empleos.
Esta sería la decimotercera
reforma tributaria, ratificándonos como un país que cambia las reglas del juego
constantemente. Agregando incertidumbre
al comercio. La única certeza es que los
impuestos siguen subiendo y no soportamos más.
Sentimos el peso sobre nuestros hombros.
El Ecuador es un país carísimo para vivir y para hacer turismo.
La solución no es coartar
nuestra libertad en la forma de usar el dinero remanente tras pagar impuestos y
obligaciones. Tampoco está en promover
el uso del dinero electrónico, porque en el esquema como se lo ha planteado, el
Banco Central se podría convertir en emisor (no transmisor) de dinero cada vez
que el gobierno requiera dinero. En ese
caso, podría entregar bonos al Banco Central para que deposite dinero
electrónico en las arcas públicas. Ese
intercambio de dinero en efectivo por bonos ya sucede con el IESS. Todo esto suscita más incertidumbre. El remedio es que el sector público reduzca
en miles de millones el gasto público improductivo, no que nos cargue más impuestos
para llevarse el producto de nuestro esfuerzo.
El comercio necesita liquidez, para ser productivo y generar empleo. También acuerdos de libre comercio, una pausa
normativa y un gobierno responsable.
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