EL PROGRAMA ECONÓMICO

La propuesta económica planteada por el socialismo del siglo XXI, vulnera el principio central de la economía, que es la relación entre lograr los fines y la existencia de medios escasos para satisfacerlos.  Sus remedios económicos apelan al resentimiento.  Son todo, menos modernos.  Una colección de las viejas recetas de la izquierda radical, pero sin la consistencia de las ideas filosóficas que esos pensamientos planteaban.  Contra el marxismo se podía discutir, pero contra la nada es imposible.  El movimiento oficialista es la manifestación de una izquierda que va a la deriva, mecida por la demagogia populista.

Lo único claro es que rechazan la democracia liberal, al capitalismo democrático y, sobre todo, que su programa económico es inviable nos está llevando a la catástrofe de Cuba, Venezuela, Argentina y los países comunistas tras la cortina de hierro que aplicaron las teorías de la izquierda proteccionista.

Sus ideas laborales no toman en consideración la productividad, causando el desempleo y la falta de nuevos puestos de trabajo.  Todo esto, lo justifican con los conceptos de solidaridad y justicia redistributiva de una riqueza ya creada.  No procuran que los individuos tengan oportunidades para crear más riqueza.

El empleo aumenta o disminuye de acuerdo con la evolución de la economía.  Si la productividad de alguien no crece y cobra lo mismo o más, se eleva el costo para las empresas y éstas contratan menos y despiden más, porque están obligadas a competir para sobrevivir.  Como el dueño de una microempresa me decía: “Las últimas reformas laborales implican que mi papá y yo tenemos que trabajar más.  Hemos tenido que despedir personal para resistir”.

Las reformas hacen que las compañías busquen personas con mayor experiencia y calificaciones, dejando fuera del mercado laboral a los menos capacitados o a los que recién ingresan al mercado laboral. 

La decisión de establecer topes salariales ocasiona varios efectos: primero, muchos profesionales emigran hacia lugares donde esta restricción no exista, con la consiguiente pérdida de talentos para la economía ecuatoriana; y segundo, un número creciente de empresas ecuatorianas y extranjeras instaladas en Ecuador deciden reubicarse o invertir en otro país, provocando un golpe demoledor a la economía y al empleo.  Y si a eso se suma el fomento del sindicalismo, tendremos una fábrica de desempleados.

Esto muestra que solamente hablamos de atraer la inversión extranjera.  La incontinencia normativa del régimen únicamente ha logrado que el dinero de quienes ya tienen negocios aquí sea invertido en otros países que ofrecen condiciones más favorables.

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