1 DE ENERO DE 1959
El que Cuba y Estados Unidos
hayan acordado un proceso de regularización de las relaciones diplomáticas obliga
a reflexionar sobre el sistema socialista.
Tal vez la principal diferencia entre el socialismo y el capitalismo es
que cuando un empresario se equivoca, sigue gozando de los bienes remanentes;
pero cuando un dirigente comunista cae en desgracia, es despojado de las cosas
que el Estado le permitió usar y que en el caso cubano, son aquellas que la
familia Castro usurpó de sus verdaderos propietarios. El dinero representa
libertad. Todos lo anhelan. Por eso, los
dirigentes cubanos son partidarios del sistema por su interés económico
personal.
De esa forma pueden participar
de las grandes fiestas, congresos internacionales, viajes al exterior y de las
mejores casas de los enemigos del pasado.
Mientras tanto, millones de proletarios socialistas viven sumidos en una
pobreza miserable, de la cual tienen prohibido hablar. En Cuba no existen sindicatos, protección al
trabajador, ni libertad de expresión, porque podrían declarar que se mueren de
hambre en la escasez cotidiana.
Solamente hay reglamentación extrema en todos los órdenes de la vida y mensaje
mesiánico de una dictadura sin oposición.
El poder político decreta los recuerdos de los individuos sobre su
propia existencia. Gabriel García Márquez
decía que la vida de uno es lo que uno recuerda de ella. No lo que el gobierno dictamina.
La historia socialista ha
borrado a ese Fidel que entró a La Habana con crucifijos colgando del cuello, proclamando
el triunfo de la libertad y la democracia.
Los mismos conceptos que evocaron ciertos líderes latinoamericanos que
han traicionado a su país para mantenerse indefinidamente en el poder.
Fidel Castro jamás sufrió rasguño
alguno en combate y en el único momento en se vio acorralado, durante el asalto
al Cuartel Moncada, se entregó. Siempre
envió a otros a morir por él, bajo el grito de ¡Comandante en jefe, ordene,
para lo que sea, donde sea y cuando sea! Por la causa socialista. Su causa. La que le permitido perpetuarse en el poder
durante cincuenta y seis años.
Los Castro han demostrado su
habilidad para destruir a todos y a todo lo que se interpusiera en su
paso. Antes de la revolución, los
norteamericanos no iban solamente a gozar del sol, el ron y las mujeres de la
Cuba, sino también a experimentar los adelantos tecnológicos que después pondrían
en práctica en Estados Unidos. La isla
fue el primer país latinoamericano que tuvo teléfono, radio, televisión,
autopistas, tranvías y buses. Antes de
Fidel, La Habana no era un lupanar ni Cuba un país misérrimo, como la
revolución quiere convencernos; no, la isla exhibía entonces, los mejores
índices socioculturales y alimentarios de la región.
El fracaso del sistema obligó a los Castro a contactar
a Estados Unidos, traicionando a sus “hermanos” latinoamericanos, que tanto los
han idolatrado. Les tocó el turno de ser
engañados. Después de todo, el petróleo
está a la baja y es mejor tener un socio comercial solvente, como los Estados Unidos
de América.
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