JUSTICIA LABORAL
El
proyecto de reformas al Código de Trabajo presentado por el Ejecutivo propone
la necesidad de eliminar los contratos a plazo fijo para ofrecer estabilidad al
trabajador. Un sindicalista afirmaba que
el trabajador es improductivo mientras se siente inestable. La vida no tiene certezas, pero las actividades
económicas, en especial, mantienen estabilidad en función a su sustentabilidad. Esta debe medirse mediante indicadores.
Mientras recibimos educación somos evaluados
y según eso, conocemos nuestro nivel de desempeño. Nadie lo considera cruel. Lo mismo sucede durante nuestra época
profesional. Es importante que exista la
facilidad para poder despedir a un trabajador que no cumple sus funciones como
debería o si es un mal elemento. Pero existe
la otra cara de la moneda: aquel trabajador que excede lo esperado por el
empleador. Esos son los talentos que las compañías se pelean con sus
competidores, ofreciéndoles el mayor sueldo posible. Cada persona determina su estabilidad en la
empresa. Si somos productivos nos
mantenemos en el tiempo. Caso contrario,
la compañía liquida, afectando tanto a empleados como accionistas.
Más
allá de que no existe inestabilidad laboral en el Ecuador, lo que habría que
preguntarse es cuántos empleos genera este proyecto de Justicia Laboral y
Reconocimiento del Trabajo en el Hogar.
Ninguno. Optamos por la
demagogia. Garantizar empleo a los
trabajadores, olvidándonos de los tres millones seiscientos mil desempleados
perjudica a las personas menos calificadas, porque ellas serán quienes no
podrán acceder a un trabajo. No es negocio para un administrador
seleccionar y capacitar a un trabajador para luego despedirlo porque sí. Las compañías prefieren la menor circulación
posible de personal y contratar más personas cuando la empresa crece. De esa manera generan empleos y los impuestos
que el gobierno tanto necesita. La
inflexibilidad nunca permitió triunfar a nadie.
Otro
punto interesante es fijar topes salariales para los altos directivos, que
serán regulados anualmente por el Ministerio de Relaciones Laborales con el
objetivo de reducir las brechas remunerativas.
Esa reforma significa una
injerencia en la administración y una violación al principio de libertad de
contratación. Los ejecutivos de una
empresa son tan trabajadores como los que ganan los salarios básicos y están
amparados por la misma intangibilidad de derechos que la Constitución ordena.
Imaginemos que bajo la misma modalidad que establece
el proyecto de reforma fijásemos arbitrariamente un sueldo tope menor al que el
presidente Correa percibe como empleado
clave de la revolución ciudadana. Se tendrían que reducir la remuneración de
los funcionarios que se encuentran en el rango de sueldos entre el presidente y
quienes ganan el salario básico; perjudicando a la clase media que ocupa cargos
públicos. Eso disminuiría el circulante
necesario para el consumo en el comercio.
La otra opción sería
incrementar el sueldo a los burócratas que perciben menores ingresos,
pero se produciría un déficit fiscal atroz.
Lo mismo sucede con las empresas privadas.
Justicia laboral es darle a cada quien lo que
le corresponde en función a su productividad.
Aprobar esta reforma fomentaría la fuga de los cerebros que el Estado ha
pagado por educar. Eso ya ocurrió en
Venezuela cuando los profesionales petroleros huyeron a Colombia y en seis años
duplicaron la producción de crudo de ese país; mientras la producción
venezolana decrece desde que el chavismo la gestiona. En Cuba han distribuido los bienes entre
todos. Los cubanos cobran un sueldo
promedio de veinte dólares mensuales y sufren hambre, pero los funcionarios de gobierno viven
rodeados de lujo. Ojalá que esos no sean
los modelos a seguir.
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