RASPANDO LA OLLA
El ser propietario del
espacio radioeléctrico no le da derecho al Estado a apropiarse de las
utilidades de los trabadores de las empresas de telecomunicaciones o de las
mineras. Apoderarse del aire, de las
minas y los yacimientos no tiene relación con las utilidades de los
trabajadores, como lo ha querido explicar el poder ejecutivo. Son dos cosas que no pueden vincularse. La Constitución de Montecristi, hecha a la
medida de la revolución ciudadana, determina que los derechos de los trabajadores
son intangibles y cualquier estipulación en contrario es nula.
El Estado depende del
petróleo, que actualmente está en el precio más alto de la historia. Sin
embargo, no tiene recursos para pagar sus gastos corrientes y como siempre, va
tras los recursos del sector privado; en este caso, tras las utilidades de los
trabajadores de las empresas que usan el espacio radioeléctrico; demostrando
que es un pésimo administrador del erario público y que el modelo del Estado
como motor de la economía se está agotando.
Un Estado no puede ser motor
de la economía porque vive de los impuestos que genera el sector privado y en
Ecuador, de la comercialización del petróleo también. Con esos ingresos se ha dedicado a hacer
crecer el número de empleados públicos en un afán clientelar que no produce más
que trámites burocráticos que estancan la gestión empresarial y el
emprendimiento. Si tuviéramos un Estado
en forma, la empresa privada produciría más y esos empleos se trasladarían a
ese sector. Los recursos de los
impuestos y del petróleo no se perderían en un gran porcentaje de gasto
corriente y el mayor porcentaje podría invertirse en el desarrollo nacional y
en los servicios sociales. Hoy el Estado es un mero entorpecedor de acciones
productivas, en busca de adueñarse de cualquier fondo que pueda permitirle
mantener su oneroso ritmo de gastos.
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