QUERIDO MANUEL
En el pasado tomé la
decisión de no usar esta columna para revelar mis percepciones íntimas. Pero el artículo del 13 de julio en el que
Manuel Chiriboga Vega se despide de sus lectores de El Universo me hizo cambiar
de opinión. Lo leí digitalmente en Lima,
temprano por la mañana, mientras me alistaba para una larga jornada
laboral. Me hizo reflexionar sobre
nuestra fragilidad. No tengo el gusto de
conocer a Manuel, pero admiro a aquellas personas que hacen las paces con la
parca como parte de su vida. Denota un
espíritu superior. Aceptar que un cáncer
terminal arrebata ciertas facultades, nos traslada a la esencia del ser humano.
Mi abuelo, el doctor Alfonso
Martínez Aragón, al presentir que la muerte lo rondaba a sus ochenta y seis
años de edad, me comentó que la vida le pareció un veloz periplo. Yo era joven y la aseveración me impresionó,
viniendo de una persona que había conseguido tantos logros. Se me quedó grabado y hoy lo comprendo. Las
estadísticas indican que estoy más allá de la mitad de mi vida. No me siento viejo, pero ciertos signos
corporales advierten que el tiempo no ha transcurrido sin consecuencias. Mi visión ha cambiado. Libertario con matices anarquistas, decidí
usar mi intelecto para tratar de mejorar el mundo desde varias posiciones. Algunas personas necesitan el orden social
como pegamento para la felicidad. Nunca
fui uno de esos. Viví mi existencia
pensando que es triste aceptar lo establecido y que la humanidad jamás podría
progresar si nos aferramos a los paradigmas como certezas. Al estar cercano a los cincuenta, debo
confesar que mi familia ha sido la vara que me ha equilibrado sobre la cuerda
floja de la vida. Me han dado mucho más
de lo que yo les proporcioné. Llevo un
eterno agradecimiento por eso.
Siempre pensé morir en un
accidente al aire libre. No quisiera
fallecer de un infarto en un centro comercial o en un hospital después de una
larga enfermedad. Espero que mis seres
queridos me recuerden como alguien vital.
Todo lo que he hecho desde varias trincheras, es para dejarles una mejor
sociedad. Me encuentro en un óptimo
estado de salud. Nunca he creído en los
sicólogos. Siempre he practicado
deportes y eso me ha mantenido cuerdo.
El contacto con la naturaleza es lo real. Si no me cree, bucee junto a una ballena o
varios tiburones. No existe nada más esclarecedor. Es una experiencia que nos ubica en el
insignificante lugar que ocupamos dentro del universo. Mi otro escape ha sido la escritura. Tal vez por eso, escribí este artículo. Ya se fueron varios de mis compañeros de
viaje. Mayores y menores a mí. Eso hace que mis circunstancias sean
diferentes. Los que quedan, se dividen
entre los que se encontraron y los perdidos.
Es un mundo complicado que se debe vivir sin miedos. Hasta luego querido Manuel. Agradezco tus expresiones esclarecedoras.
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