VÍCTIMAS DE LA SOCIEDAD

Su familia decidió comer shawarmas.  Todos los domingos cenan algo diferente.  Cuando llegaba al restaurante para recoger los shawarmas, se atravesó un vehículo.  Bajaron varios individuos armados.  Se subieron a su auto vociferando.  Roberto recordó al presidente.  Decidió que la conducta apropiada era “dejarse robar” para evitar ser asesinado.   Le cubrieron la cabeza con una capucha y lo llevaron a una vivienda.  Transcurrieron varias horas y no lo liberaron.  Continuaron amenazándolo.  Ignoraba el sector en el que se encontraba.  Le impidieron dormir.  Advirtió que nuevamente tomaban su carro.  Lo regresaron repleto de impactos de balas y choques en diferentes lugares.  Habían transcurrido catorce horas desde que fue secuestrado.

El delincuente que lo custodiaba, le informó que lo iban a ejecutar.  Le comentó que él no quería hacerlo, pero tenía que obedecer las órdenes de su jefe.  De lo contrario, el que iba a morir era él.  Le dijo que lo mejor era llamar a su familia para despedirse,  pero se negó a prestarle el celular.  Después llegó una mujer fumando un cigarrillo.  Se notaba que era una de aquellas personas para las que no existe rehabilitación.   Se acercó a Roberto.  Le preguntó qué pasaría si le apagaba el cigarrillo en el ojo.  O si decidía quemarle diferentes partes del cuerpo.  Se pasó un tiempo martirizándolo, hasta finalmente gritarle que lo iban a asesinar. 

Más horas bajo constante suplicio.  Roberto no entendía por qué lo secuestraron tanto tiempo.  Llegó el jefe de la banda.  Desquiciado.  Drogado.  Humilló a Roberto.  Le dijo que lo iba a matar.  Introdujo el cañón de su pistola en la boca de Roberto.  Después lo presionó contra la sien y finalmente apuntó al ojo.  Roberto rogaba por su vida.  Excretó y orinó del terror.  Le colocaron la capucha en la cabeza para dispararle.  Lo subieron a su vehículo y lo abandonaron en la Atarazana. 

Vivió ese infierno durante treinta y seis horas.  Desde ese episodio, Roberto no ha salido de su casa durante dos semanas.  Tiene pánico.  No soporta la idea de enfrentar nuevamente una situación similar.  No denunció el hecho; por lo que no consta en las estadísticas oficiales.  Teme que los delincuentes lo vayan a buscar. El Estado no lo protegió, ni lo indemnizará.  No le sirvió que la Constitución garantice su seguridad.  Los delincuentes siguen libres.  Después de todo, son las “víctimas de la sociedad”.

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