UN DÍA DE BUCEO

Son las ocho.  Camino por el malecón de Montañita bajo el sol de la mañana.  Lleno mis pulmones con aire puro.  Estoy relajado.  Busco un lugar para desayunar.  La comida de este pueblo es rica y sana.  Termino el plato de frutas y recorro con calma el trayecto hasta mi camioneta.  Arranco el motor e inicio el viaje hasta Ayangue.  Aprovecho mi soledad para escuchar a Jack Johnson en el reproductor del carro.  A veces me detengo a observar el paisaje.  Me toma media hora llegar.  Los marineros ya han  subido al bote los equipos de buceo que les dejé anoche.  Contemplo el mar desde la sombra del comedor “Juanita” mientras espero a los buzos. 

Llegan los alumnos hasta donde me encuentro.  Hoy tenemos dos estudiantes en el curso de nivel entrante; uno en el curso avanzado; otro en el de Divemaster y a una turista holandesa certificada que va a hacer un tour con nosotros.   También llega el otro instructor de ECUADIVE: Luis Enrique.  Explico a grandes rasgos el plan de buceo que he diseñado, con el fin de que todos estén informados. 

Subimos al bote y zarpamos.  Nos comenzamos a poner los wetsuits hasta la cintura y nos ubicamos en la sombra del bote.  Poco tiempo después, descubrimos una escuela de delfines.  No podemos contener la emoción de ver estos animales en su hábitat natural.  Tomamos fotos.  He visto este espectáculo en innumerables ocasiones y siempre tengo que concentrarme en cerrar la boca por el asombro que me produce.  Los seguimos durante un rato, pero nos comenzamos a desviar demasiado.  Decido regresar al rumbo original.

Media hora después de nuestra partida, llegamos al lado este del islote El Pelado.  Luis Enrique y yo hemos acordado que me encargaría de instruir a los estudiantes que se gradúan en los cursos avanzados y de guiar a la holandesa.  Luis Enrique supervisará a los alumnos de nivel entrante.  Cada uno explica a su grupo la forma en la que nos vamos a lanzar al agua; el orden en el que vamos a descender; las señales que vamos a usar; el tiempo de fondo; la profundidad máxima de la inmersión; la flora y fauna que esperamos encontrar; las condiciones del mar;  el objetivo que cada uno tiene que cumplir; la forma en la que vamos a ascender; la parada de seguridad; lo que tenemos que hacer en la superficie; cómo debemos embarcarnos y el procedimiento a seguir en caso de que algún buzo se pierda durante la sumersión.  Nadie tiene preguntas y les pido a todos que se equipen.

Los alumnos de nivel entrante se miran entre sí y comienzan a armar su equipo como aprendieron a hacerlo en la piscina de Guayaquil.  Reconozco su curiosidad ante lo desconocido.  Sonrío.  Les garantizo que les va a encantar.  Somos un equipo y estamos juntos en esto.  Confían en sus instructores.  Esta va a ser la primera inmersión de aguas abiertas de sus vidas.

Cuando todos se ponen sus equipos, Luis Enrique, el candidato a Divemaster y yo verificamos que estos se encuentren correctamente armados.  Que los chalecos se encuentren inflados; que los plomos estén en su lugar; que las tiras de liberación estén en la posición correcta; que la válvula del tanque se encuentre abierta; que los reguladores y la consola funcionen, y en general, que tengan el equipo completo y se mantengan listos sicológicamente.  Todo en orden.  Doy el OK final.   

Nos lanzamos al mar.  Para descender, usamos un cabo amarrado a un gancho de la proa del bote que en el otro extremo se encuentra atado a una cantidad de peso muerto que lo mantiene fijo en el fondo.  Eso nos permite sumergirnos en el orden previsto y tener un punto de referencia.  Bajamos a diez metros de profundidad.    El agua está como en una piscina.  Tenemos una visibilidad de treinta metros.  Los principiantes comienzan a acostumbrarse al nuevo ambiente.  Les damos tiempo para aquello.  Infinidad de peces multicolores nos reciben.  Mientras tanto, el candidato a Divemaster comienza a realizar un mapa de buceo en una tabla plástica diseñada para el efecto.  Necesita hacerlo como uno de los ejercicios de aplicación práctica para graduarse.  Después de todo, en el futuro va a tener la responsabilidad de guiar buzos certificados en el lugar del planeta que decida trabajar.

Comienzo a navegar.  Lidero el grupo.  Detrás mío vienen los novatos; la holandesa; Mario, el buzo que quiere conseguir su certificado Advanced; el candidato a Divemaster y al final; Luis Enrique con una visión completa del grupo para un mejor control.

La misión de Mario es tomar fotos digitales submarinas como uno de los requisitos necesarios para aprobar su curso.  El agua está pintada con un azul profundo.  Me permite contemplar cómo la atraviesan los rayos del sol.   El colorido es insuperable.  Hemos visto una tortuga y una manta.  Espero que Mario haya tomado fotos lo suficientemente buenas para subirlas al blog de ECUADIVE en Facebook. 

Hacemos nuestras dos inmersiones sin problemas y regresamos a Ayangue contentos de haber aprovechado el sábado en contacto con la naturaleza.  Estamos listos para almorzar en el comedor que mi amiga  tiene frente al mar.  Lo primero es lo primero.  Al llegar, pedimos un par de pescuezudas mientras esperamos las langostas y los demás platos que hemos pedido.  La gente esta eufórica, pero no lo notan.

Una persona se acerca a pedirme información sobre el curso de nivel entrante porque me vio subiendo los equipos de buceo a la camioneta.  Le digo que ECUADIVE es un centro de buceo franquiciado por PADI.  Que PADI que es la organización de buceo recreativa más importante del mundo y eso nos obliga a respetar sus exigentes estándares de seguridad y educación.  Le explico que el  PADI SCUBA Diver es el primer curso para aprender a bucear y requiere que compre un manual que le permitirá estudiar para cumplir con lo requerido el día que acordemos realizar la clase académica de una hora de duración en Guayaquil. 

Como mi interlocutor es cuencano, le digo que existe la  opción de hacer la parte académica en el sitio www.ecuadive.com.  Bajo ese esquema, el alumno no tiene que llamar a ECUADIVE para realizar las sesiones académicas.  Todo lo hace en línea.  Incluso la inscripción.  Lo puede realizar las 24 horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año desde cualquier lugar del mundo.  En español o inglés.  

Le informo que también tiene que hacer tres horas de piscina en Guayaquil para realizar ciertos ejercicios de buceo y conocer el manejo de los equipos que posteriormente usará en el mar.  Sólo cuando termine las porciones académicas y de piscina del curso, puede venir un sábado a Ayangue para realizar dos inmersiones a una profundidad máxima de diez metros junto con uno de nuestros instructores.  Si aprueba todo esto, ECUADIVE pide la credencial a las oficinas de PADI en California, quienes la enviarán a la dirección que el estudiante registre con nosotros.  Con esa licencia puede bucear en cualquier lugar del mundo.  Posteriormente puede tomar cursos más avanzados que le permitirán bucear a mayor profundidad.  Incluso podría tomar un curso de buceo nocturno o hacerse un profesional del buceo recreativo.

¿Las limitaciones? Le digo que soy mal consejero para eso.  He buceado alrededor del mundo con discapacitados, diabéticos, gente de la tercera edad y niños de tan solo diez años.  Pero en general, le indico que al comenzar el curso se llena un formulario de PADI que contiene ciertas preguntas médicas.  Si el estudiante tiene alguna de las condiciones mencionadas en el cuestionario, debe conseguir autorización por escrito de un médico para poder realizar el curso.

Edgar, el cuencano, se emociona con la idea de la aventura.  Me pregunta por qué me gusta bucear.  Le contesto que me siento cómodo en el agua, pero particularmente en el mar.  Esas aguas llenas de minerales me sanan cada vez que realizo una inmersión.  Eliminan las tensiones generadas por la vida agitada que caracteriza este siglo.  Me meto en el tema y le comento que a lo largo de la historia cada cultura ha poseído sus “aguas santas” cargadas de simbolismos, como por ejemplo el agua bautismal católica.  Desde la antigüedad el hombre ha utilizado fuentes termales, agua de mar o agua dulce de cuevas como una forma de terapia milagrosa.  En la actualidad los científicos investigan una serie de curas que pueden provenir del mar.

Claude Bernard dijo que “cuando el hombre abandonó el mar, se llevó el océano consigo”.  Tenemos tantas venas, vasos sanguíneos y capilares, como ríos en la Tierra.  Los poros de nuestra piel son como grandes simas oceánicas y los microorganismos evocan masas de plancton a la deriva, algas y corales.  Exhuberancia vegetal y animal.  El sabor de la sangre, del sudor y de las lágrimas ¿no te recuerdan el océano del que venimos? ¿El oleaje no se parece al ritmo de nuestra respiración o a los latidos del corazón? Por eso es que los seres humanos tenemos fascinación por el mar.   Pareciera que mi interlocutor jamás había analizado el tema desde ese punto de vista y acaba de notar que lo que lo motivó a pedirme información sobre el mundo submarino es algo íntimamente relacionado con su condición de ser humano.  Se inscribió inmediatamente.

Regreso al restaurante y el grupo ya está comiendo.  No me esperaron.  El hambre estaba al acecho.  Pedimos otra cerveza y cada vez nos conocemos mejor.  Parece que he hecho nuevos amigos.  No me sorprende.  Sucede cada vez que buceo.

Son las cuatro de la tarde.  Declaro con pena que me tengo que ir.  La holandesa comenta que ha decidido quedarse a dormir en Ayangue.  Esta fascinada con la ensenada y con la experiencia de haber comido descalza en una mesa sobre la arena con vista al mar.  Mañana sale para Montañita.  Le recuerdo que tiene mi número del celular y que puede llamarme en caso de emergencia.

Me despido del grupo.  Cada uno parte con rumbo diferente.  Regresamos a la vida real.  A algunos no los voy a ver nunca más.  Otros se convierten en mis amigos.  Pero algo de lo que estoy seguro, es que todos evocarán este día por el resto de sus vidas. 

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