DEUDA CON LA VERDAD
La convención americana sobre derechos humanos (pacto
de San José), de la cual Ecuador es parte, reconoce el derecho de reunión pacífica sin
armas, así como la libertad de pensamiento y de expresión. Pero el ejercicio de estos derechos, como el
de todos los derechos, está sujeto a las restricciones necesarias para que
impere una sociedad democrática, el orden público, o para proteger la salud o
los derechos o libertades de los demás.
Eso no ocurrió en las manifestaciones del mes de
octubre. Los protestantes estaban divididos
entre golpistas, vándalos y auténticos manifestantes a favor de la eliminación
de los subsidios a los combustibles. En
la mayoría de los casos, no respetaron el orden público, es decir, la
legislación que evita que se vulneren los derechos de los demás. Lo correcto hubiera sido sentarse a dialogar
para lograr acuerdos, porque ningún derecho vale más que otro. Solamente la armonización y ejercicio
adecuado de todos permite la real vigencia de ellos.
Fuimos testigos presenciales, a través de las redes
sociales o medios de comunicación tradicionales, del cometimiento de delitos
penales flagrantes contra bienes y personas, la estructura del Estado y la
paralización de servicios públicos. La
Fiscalía debería actuar de oficio. Fueron
vulnerados los derechos constitucionales al trabajo, libre circulación, seguridad
jurídica, acceso a productos de calidad, medicamentos, entre otros que el pacto
de San José protege para salvaguardar el orden público.
Siendo esto así, el poder judicial debería sancionar a
quienes cometieron delitos flagrantes, pero ocurre lo contrario: el Consejo de
Participación Ciudadana, los condecora. Un
motivo más para que eliminar esta costosa función del Estado diseñada por el
socialismo del siglo XXI para designar a las autoridades de control según su
conveniencia.
El tiempo juzgará estos homenajes contrarios a la
civilización. Seguramente en el futuro,
bajo circunstancias políticas diferentes, estos reconocimientos serán
retirados, como ha ocurrido en el pasado cercano con aquellos que entregó la
Asamblea Nacional a nacionales y extranjeros que han causado perjuicios, y no
beneficios a la sociedad. Actuaciones
como esta, revelan la necesidad de regresar al bicameralismo con el objetivo de
moderar la actuación precipitada tanto del Ejecutivo, como de la Asamblea para
detectar este tipo de errores.
El informe de la Comisión Interamericana de los
Derechos Humanos no constituye prueba plena, sino una visión sesgada de los
eventos ocurridos en octubre del 2019. Sus
funcionarios no encontraron evidencias de conspiración, vandalismo, ni
infracción a los derechos humanos de quienes son parte de las fuerzas del orden
ni de los que queríamos trabajar esos días.
La realidad la vimos todos. Quedó
plasmada en las oficinas de la Contraloría de Quito y en los heridos causados
por la violencia de los manifestantes. Para
progresar, requerimos partir de la verdad y es allí cuando el poder judicial,
el legislativo y las organizaciones de derechos humanos quedan en deuda con la
sociedad ecuatoriana.
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