LA FERIA DEL DESPILFARRO
Las personas se preguntan con quién estábamos mejor: con
el enajenado del ático o con el presidente actual.
El ex presidente tuvo una ventaja: el elevado precio
del barril del petróleo. Usó un modelo
fiscalista en el que el Estado lo era todo.
Como quien se ha ganado la lotería y desprecia la inversión privada.
Nunca antes en la historia republicana un gobierno
había tenido tanto dinero. Ni lo
dilapidó tan rápido. Llegó a tener
déficit fiscal con un barril de petróleo a ochenta dólares, lo cual implica un
excesivo gasto público, que en el discurso oficialista se justificaba con
causas loables. Fue un pésimo
administrador.
En la empresa privada y en la economía doméstica,
priorizamos. Se puede gastar hasta donde
alcanza la sábana. No se realizan
proyectos desfinanciados o que no sean sustentables. Tampoco se tolera a los corruptos o
negligentes.
El socialismo del siglo XXI promueve lo
contrario. Un gasto público infinito que
debe ser pagado por la sociedad civil, sin importar que desmejore el poder
adquisitivo de los ciudadanos.
Si no fuera por la camisa de fuerza del dólar, hoy
tuviéramos billetes de cien mil sucres devaluados, como los bolívares que
circulan en Venezuela, cortesía de la
gestión de los compinches socialistas de ese país. La devaluación solamente beneficia al
Estado. A nadie más. La dolarización es tan importante, que el
socialismo del siglo XXI no pudo eliminarla, aunque fue su intención.
Alegan moralidad para explicar acciones perjudiciales.
Por ejemplo: que no se puede despedir a los maestros y a los médicos para
disminuir el gasto, cuando nadie solicita eso.
Sin embargo, pagan más en deuda externa que en salud y educación juntas.
Los recursos públicos se han perdido en
infraestructura innecesaria; corrupción; compras públicas con precios
extraordinariamente altos y en las empresas públicas que pierden nuestro dinero
gracias a su ineficiencia.
Nos robaron todo, excepto la esperanza, como el loco
afirmaba premonitoriamente. Esto fue
posible porque se ejecutó un plan sistemático para suprimir el control sobre la
administración de la cosa pública. Se
feriaron nuestros recursos. Todas las
funciones del Estado cometieron y cometen delitos de omisión por estar al
servicio del partido, sin mantener la independencia necesaria para evitar
desequilibrios por excesos.
Estamos peor que antes. Continuamos con el modelo
económico fracasado, cuando ha quedado demostrado que nuestra calidad de vida
ha desmejorado. Tenemos déficit fiscal,
un fuerte endeudamiento público y ahuyentamos a la inversión por falta de
seguridad jurídica, como lo dicen todos los índices económicos del mundo.
La diferencia es que hoy, el barril de petróleo no
está sobre los cien dólares y eso impide que el Estado siga siendo el actor
principal de la economía. Un modelo
insostenible, porque es el crecimiento del sector privado quien mantiene a los
gobiernos. Pero para eso, se debe
reactivar a la economía. El
inconveniente es que todas las medidas que toman son recaudatorias, para seguir
solapando el despilfarro. No se basan en
lograr el bienestar de los mandantes.
El jefe de Estado debe rectificar. No debería reciclar a los cocineros, sino
sacarlos de su gobierno, porque fueron los causantes de esta situación. También debería despedir a aquellos miembros
de su gabinete que no están dispuestos a dialogar, pero sí a imponerse,
siguiendo la receta sin sazón ni razón del demente.Las personas se preguntan con quién estábamos mejor: con
el enajenado del ático o con el presidente actual.
El ex presidente tuvo una ventaja: el elevado precio
del barril del petróleo. Usó un modelo
fiscalista en el que el Estado lo era todo.
Como quien se ha ganado la lotería y desprecia la inversión privada.
Nunca antes en la historia republicana un gobierno
había tenido tanto dinero. Ni lo
dilapidó tan rápido. Llegó a tener
déficit fiscal con un barril de petróleo a ochenta dólares, lo cual implica un
excesivo gasto público, que en el discurso oficialista se justificaba con
causas loables. Fue un pésimo
administrador.
En la empresa privada y en la economía doméstica,
priorizamos. Se puede gastar hasta donde
alcanza la sábana. No se realizan
proyectos desfinanciados o que no sean sustentables. Tampoco se tolera a los corruptos o
negligentes.
El socialismo del siglo XXI promueve lo
contrario. Un gasto público infinito que
debe ser pagado por la sociedad civil, sin importar que desmejore el poder
adquisitivo de los ciudadanos.
Si no fuera por la camisa de fuerza del dólar, hoy
tuviéramos billetes de cien mil sucres devaluados, como los bolívares que
circulan en Venezuela, cortesía de la
gestión de los compinches socialistas de ese país. La devaluación solamente beneficia al
Estado. A nadie más. La dolarización es tan importante, que el
socialismo del siglo XXI no pudo eliminarla, aunque fue su intención.
Alegan moralidad para explicar acciones perjudiciales.
Por ejemplo: que no se puede despedir a los maestros y a los médicos para
disminuir el gasto, cuando nadie solicita eso.
Sin embargo, pagan más en deuda externa que en salud y educación juntas.
Los recursos públicos se han perdido en
infraestructura innecesaria; corrupción; compras públicas con precios
extraordinariamente altos y en las empresas públicas que pierden nuestro dinero
gracias a su ineficiencia.
Nos robaron todo, excepto la esperanza, como el loco
afirmaba premonitoriamente. Esto fue
posible porque se ejecutó un plan sistemático para eliminar el control sobre la
administración de la cosa pública. Se
feriaron nuestros recursos. Todas las
funciones del Estado cometieron y cometen delitos de omisión por estar al
servicio del partido, sin mantener la independencia necesaria para evitar
desequilibrios por excesos.
Estamos peor que antes. Continuamos con el modelo
económico fracasado, cuando ha quedado demostrado que nuestra calidad de vida
ha desmejorado. Tenemos déficit fiscal,
un fuerte endeudamiento público y ahuyentamos a la inversión por falta de
seguridad jurídica, como lo dicen todos los índices económicos del mundo.
La diferencia es que hoy, el barril de petróleo no
está sobre los cien dólares y eso impide que el Estado siga siendo el actor
principal de la economía. Un modelo
insostenible, porque es el crecimiento del sector privado quien mantiene a los
gobiernos. Pero para eso, se debe
reactivar a la economía. El
inconveniente es que todas las medidas que toman son recaudatorias, para seguir
solapando el despilfarro. No se basan en
lograr el bienestar de los mandantes.
El jefe de Estado debe rectificar. No debería reciclar a los cocineros, sino
sacarlos de su gobierno, porque fueron los causantes de esta situación. También debería despedir a aquellos miembros
de su gabinete que no están dispuestos a dialogar, pero sí a imponerse,
siguiendo la receta sin sazón ni razón del demente.
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