PARECE CUENTO, PERO NO ES
La noche del 17 de octubre me avisaron que tenía que
asistir a una reunión en Quito al mediodía del día siguiente. Revisé en internet las opciones que ofrecían
las aerolíneas, pero no había disponibilidad para el vuelo de ida.
Reservé el regreso con una aerolínea y decidí ir temprano
al aeropuerto José Joaquín de Olmedo.
Llegué poco antes de las siete de la mañana del 18 de octubre para
intentar embarcarme en caso de que falte algún pasajero con reserva. Pensé que lo peor que podía suceder era que
no haya espacio en el avión.
TAME ofrecía un vuelo que me permitía llegar a la hora
de la reunión. Me acerqué al mostrador
de ventas de la aerolínea y me ofrecieron un asiento disponible. ¿Cuál es el precio de ese pasaje? Doscientos
nueve dólares. “¡Qué caro!” pensé. Era solamente de ida, pero tenía que irme a
la capital a una reunión con un funcionario público importante. Suspirando por lo costoso que me pareció, pedí
que lo reserven y lo carguen a mi tarjeta de crédito.
El mostrador de ventas de pasajes está ubicado a menos
de veinticinco metros del escritorio donde se chequeaban a los pasajeros. No había fila cuando llegué. Le di el número de reserva que acaba de
realizar al funcionario de TAME. Me informó
que no tenía. Respondí que era
imposible, que acababa de hacerla y pagarla.
Negó con la cabeza. “No hay
reserva” repitió. “¿Qué hago?” pregunté. “Dos opciones: pida la devolución de su
dinero o espere para ver si se libera un espacio”.
Decidí aguardar. Me quedé conversando con unos periodistas y
el tiempo pasó rápido.
El señor del counter me
miró y pidió que siga esperando.
Mantenía mi optimismo. Me llamó
casi en el momento de despegue del vuelo porque dijo que tenía un cupo libre. Me chequeó y pasé a los filtros de
seguridad.
Cuando llegué a la
puerta de embarque, otro funcionario de TAME me recibió declarando que el vuelo
estaba cerrado. Que era mi culpa no
poder viajar por haberme demorado. Refuté
desconcertado. No perdí tiempo. Había cruzado los filtros de seguridad tan
pronto me chequearon en el mostrador exterior.
Era responsabilidad de quien me chequeó en la aerolínea decirle a los
que atendían la puerta de embarque que iba en camino o determinar que era
imposible que llegue y ayudarme a conseguir el reembolso del pasaje.
Ya pensando en película
“La Terminal” protagonizada por Tom Hanks, pregunté por segunda ocasión en la
mañana: “¿Qué hago?”. “Espere para ver
si hay otro cupo en el siguiente vuelo a Quito”. Conservé el optimismo y esperé. Después de todo, ya estaba en la sala de
embarque.
Cuando las personas del
siguiente vuelo subieron al avión, me acerqué a la puerta de embarque, junto
con un señor al que le habían hecho lo mismo que a mí. Otra funcionaria de TAME nos comentó que solamente
había un cupo para abordar. Ambos pasajeros
expusimos nuestros motivos para viajar a la capital. Acordamos que eran igualmente importantes. Decidimos sortear un número que la empleada
pensó. Perdí y no me fui.
Nunca me había ocurrido
algo similar. Pregunté cómo salir de la
sala de embarque. Me instruyeron y partí
a pedir el reembolso. Me atendió la
misma señorita que me vendió el pasaje.
Le pregunté por qué no había hecho mi reserva y confirmó que sí la había
realizado. Que lo que ocurrió fue que a
última hora llegaron unos funcionarios de TAME y el joven que estaba en el
mostrador de registro decidió anular mi reserva para que vuelen ellos.
Le solicité a la
señorita que por favor tramite el reembolso del pasaje en mi tarjeta de crédito. Me informó que no podía hacerlo allí, sino
que lo tenía que gestionar en las oficinas de TAME fuera del aeropuerto y que
me aplicarían una multa. Sugirió que
era mejor que use el pasaje en otra ocasión y no exija el reembolso. Sonreí pensando en la posibilidad de repetir una
experiencia similar a la que acababa de vivir.
Me negué.
Hasta hoy, no recibo la
nota de crédito en mi tarjeta de crédito por el pasaje que compré el 18 de
octubre. Me dicen que se van a demorar
por la difícil situación económica que
atraviesa la aerolínea y que ningún contribuyente conoce con exactitud.
Esta narración muestra
a una aerolínea que no tiene control sobre las malas decisiones que toman algunos
de sus empleados. Una compañía aérea que
viene arrastrando décadas de problemas financieros por administraciones
alegres. Este artículo no es un reclamo
por mi caso. Es una prueba de cómo nuestros impuestos se pierden volando.
El Estado no puede
seguir jugando a ser empresario con recursos públicos, para después pedirle a
la sociedad civil que pague incrementos de impuestos para solventar estas
negligencias. Apaguemos la luz de TAME y
de todas las empresas públicas que agravan el déficit fiscal sin competir con
un servicio de calidad que atraiga a los usuarios. Concentrémonos en cosas productivas.
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