LA UTOPÍA
Escuchamos peroratas sobre cómo
se debe vivir con ética. Nos enseñan
colectivismo. No creen en el libre
albedrío. Tampoco celebran a las
compañías reales que trascienden fronteras en libre competencia. Les parece amoral.
No opinan que es inmoral que parientes
de funcionarios públicos trabajen en el gobierno cobrando doble sueldo o que
tengan empresas de papel en Panamá, dueñas de casas mal habidas y sin haber
sido declaradas. Tampoco les parece
extraño que nadie de la función judicial investigue de oficio estas
irregularidades.
Con ese razonamiento, no tiene
sentido la Ley de Alianzas Público Privadas, si es malo invertir en otro país ¿cómo
así ofrecemos incentivos para que los extranjeros inviertan aquí? ¿No sería inmoral
eso también? ¿No es sinvergüenza quien pide un pacto ético para evitar aplicar la Ley a quienes la infringieron y además compra un
departamento en Bruselas?
Siempre han vivido a expensas de
nosotros. Hemos pagado su educación en
las mejores universidades burguesas del mundo, otorgándoles becas financiadas
con nuestro dinero. Nunca han generado
ingresos, pero nos dicen cómo debe funcionar el comercio: en sentido contrario
a lo que ocurre en la economía global. Están desconectados de la realidad.
Impedir el crecimiento económico
en libertad es lo que no es ético.
Implica sacrificar la calidad de vida de los ciudadanos. El gobierno debe
dejar de especular con tipos de cambios de otros países de la región. Tenemos que trabajar en mejorar nuestra
estructura de costos. En ser más
competitivos y productivos. A Alemania
le va bien, no porque especulan con divisas, sino porque es productiva. El franco suizo se aprecia todos los años
desde hace cien años, pero Suiza es competitiva en sus exportaciones.
El mundo está dolarizado. Los commodities del planeta se transan en
dólares de los Estados Unidos de América.
Deberíamos estar agradecidos por tener esa moneda y explotar sus
fortalezas. Sin el dólar, estaríamos
como Venezuela. El socialismo del siglo
XXI lo desprecia, porque es la camisa de fuerza que le impide gastar más. Si devaluar fuera bueno, Venezuela no tuviera
una de las inflaciones más altas del mundo o fuera modelo de país exportador.
Según Steve Hanke, profesor de
economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins, el Banco Central no debería
existir en dolarización. La única misión
de su gerencia general es prestarle al poder ejecutivo la plata de terceros,
que están obligados a depositarla allí.
Tampoco es un banco comercial como para administrar dinero electrónico; que
como está planteado, es un sistema de creación de dólares sin respaldo,
reduciendo la oferta monetaria. El manejar
dinero electrónico no está dentro de las funciones primordiales del Estado. Este tipo de dinero electrónico busca inventar
liquidez de la nada, para continuar la fiesta del gasto público improductivo.
Tampoco es cierto que el
gobierno está imposibilitado de dictar política monetaria. Son los bancos comerciales los que crean el
dinero. Producen el 65 % de la oferta
monetaria. Cualquier regulación de
ellos, significa alterar la política monetaria.
¡Y vaya que han promulgado regulaciones!
Pero para mal: restringiendo su actividad, cuando se debería fomentar lo
contrario.
Por eso, el remedio ya no es
económico, sino político. No están
dispuestos a implementar las soluciones, a pesar de estar al alcance de la
mano. Por razones ideológicas.
Tenemos que votar en las
próximas elecciones por un candidato que resuelva el problema económico. Alguien que tenga experiencia, más allá de lo
político. No podemos arriesgarnos. La utopía del socialismo del siglo XXI y del
comunismo ha fracasado en todos los países que la aplicaron, perjudicando la
economía familiar y limitando la libertad.
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