TARAS DEL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
Hemos retrocedido quince
puestos en el índice de competitividad que el foro económico mundial emite
anualmente. Estamos en el puesto 91 de 138 países. Chile ocupa el mejor puesto de la región: 33. Es una de las economías más abiertas del
mundo. Tiene más de sesenta acuerdos de
libre comercio que le permiten exportar a cuatro mil quinientos millones de
consumidores. No pretende venderle
solamente a los dieciocho millones de chilenos.
También le ha permitido obtener los mejores productos del mundo al mejor
precio posible. El sistema ecuatoriano
ha logrado lo contrario.
Panamá es el segundo mejor
país calificado de la región (42). Dolarizado,
como nosotros, pero ellos sí están interesados en competir por los capitales. Aquí nos venden el cuento de que no podemos
competir con otras economías, a pesar de que Chile y Panamá nos demuestran que es
posible. La realidad es que el gobierno
nacional quiere mantener el control total.
Para que la gente tenga que depender de él. No le
conviene una sociedad civil que controle sus ingresos, trabajos y propiedades. Es decir, que cada ciudadano tenga
independencia económica.
El discurso del socialismo del
siglo XXI es pesimista. Culpa de
nuestros fallos a los gringos, el dólar, los ricos, la caída del precio del
petróleo, el neoliberalismo, la balanza comercial, el racismo y un gran etcétera. Embustes.
Cada uno es responsable de su destino, pero hay que luchar por él.
La mayoría de los países del
mundo están creciendo mientras el nuestro decrece por la mala administración pública. Este año tendremos una contracción del 2.3%
según el FMI; 2.5 % según la CEPAL y 4 %
según el Banco Mundial. De acuerdo al
FMI, los países que tendrán un crecimiento económico negativo para el 2016 son
los que sufren las consecuencias del socialismo del siglo XXI: Argentina, Brasil,
Ecuador y Venezuela. No es coincidencia.
El socialismo del siglo XXI
parte de la premisa equivocada de que somos ineptos para competir. Por eso prefiere dirigir la economía,
restringiendo libertades individuales que sirven para producir más y
mejor. Fomenta el proteccionismo
cepalino, que ya fracasó en los años sesentas y setentas. Un modelo que implica privilegios y
explotación de unos pocos sobre el resto.
Promoviendo la discrecionalidad de funcionarios públicos que otorgan
favores a ciertas personas a cambio de algo. Lo contrario a lo que
predican.
Requerimos reglas iguales, generales
y uniformes. Que estos adivinos no
tengan que decidir los sectores que deben desarrollarse. El sistema actual es atrasa pueblos. El noventa y nueve por ciento de la población
no tiene el tiempo, dinero, ni el acceso a la burocracia dorada para poder
mejorar los negocios. Solamente los
grandes.
El índice de competitividad
ratifica lo que ya sabíamos: no progresamos porque el Estado no es un
facilitador, sino un obstáculo para el libre comercio. Genera inflexibilidad laboral, inseguridad
jurídica, tramitología, presión tributaria y dificultad para producir. Solamente les interesa que el sector público
pueda seguir gastando improductivamente y para lograr eso, nos obligan a
mantenerlos mientras nuestra calidad de vida desmejora.
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