COREA DEL NORTE
Existe el mito que afirma
que las democracias son inevitablemente amantes de la paz y las dictaduras son
necesarias beligerantes. Salvo contadas
y terribles excepciones, la mayoría de los dictadores se centran en asuntos
internos de su país. Encontramos
variados ejemplos que oscilan desde el Japón pre modernista hasta innumerables
dictaduras que gobiernan el Tercer Mundo.
Idi AmIn, quizás el dictador más brutal y represivo del siglo veinte, no mostró signos
de arriesgar su régimen invadiendo países vecinos y cuando lo hizo, marcó el
principio de su fin. Por otro lado, países
con democracias plenas han hecho gala de su imperialismo a lo largo y ancho del
globo durante varios siglos.
La misión fundamental de las
elites gobernantes es mantenerse en el poder.
La decisión de hacer la guerra no depende de si el Estado es gobernado
por una dictadura o una democracia. Se
basa en causas complejas, incluyendo el temperamento de los gobernantes, la
fuerza de los enemigos, los incentivos para la guerra y la opinión pública. Aunque la opinión pública es evaluada en
ambos casos, la única diferencia real entre una democracia y una dictadura
sobre la decisión de ir a la guerra
radica en la mayor cantidad de propaganda que las democracias deben desplegar
para que los pueblos acepten el conflicto.
Los Estados democráticos tienen que trabajar intensa y rápidamente. Ser más hipócritas en la retórica diseñada
para atraer los valores de las masas: soberanía, justicia, libertad, interés
nacional, patriotismo, paz mundial, etcétera.
Una propaganda más sofisticada y refinada. Pero todos los gobiernos, especialmente los
democráticos, deben persuadir a los sujetos resaltando que los actos de
opresión son para su mejor interés.
Lo mencionado sobre
democracia y dictadura aplica igualmente para la falta de correlación entre los
grados de libertad interna de un país y su agresividad externa. Algunos Estados tienen libertad interna
mientras se muestran agresivos hacia el exterior. Otros se presentan totalitarios internamente
con una política exterior pacífica. No
existe evidencia histórica de que las dictaduras tengan necesariamente una
política externa más combativa que las democracias. No le conviene a las clases gobernantes. Por eso resulta torpe, que un gobierno
totalitario como el de Corea del Norte, que tiene completamente oprimida a su
población y su gobernante tiene el puesto asegurado, decida desafiar al mundo
con una agenda de desarrollo militar nuclear.
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