EL MENSAJE
En los años noventa, durante una rueda de prensa en Lima como parte de su campaña para ganar la Presidencia de la República, Mario Vargas Llosa, un gran candidato, respondió a una periodista francesa en ese idioma. No tradujeron al español y nadie más comprendió lo que hablaron. Eso y sus promesas relacionadas con que el Perú saldría adelante con esfuerzo, lo distanciaron más de electores que vivían agobiados por la guerrilla y el desempleo. Su contendor, Alberto Fujimori, en cambio, prometió cosas que lo vincularon con la solución de los problemas diarios de la mayoría de los peruanos y ganó. Lo irónico es que el gobierno de Fujimori terminó ejecutando las propuestas de campaña de Vargas Llosa y el Perú creció económicamente. Fujimori habría pasado a la historia como un gran presidente, si su gobierno hubiera sido honesto.
Un factor que influyó en la votación ecuatoriana es
que las historias se han contado al revés.
El candidato de izquierda que obtuvo mayor votación nació en cuna de oro
y ha tenido el privilegio, entre otros, de estudiar su carrera en una
universidad de Estados Unidos. Su padre
es empresario petrolero beneficiario de contratos de la década ganada. La historia del candidato de la derecha
comenzó con números negativos. Creció a punta de esfuerzo personal y sin
educación universitaria, hasta lograr la prosperidad de decenas de miles de
familias a través de la empresa que construyó, ofreciendo la posibilidad de
lograr que cientos de miles de familias más logren lo mismo si fuera electo
presidente. Ese mensaje no lo recibió la
ciudadanía.
No es que al electorado le despreocupa el futuro, sino
que vive un presente con necesidades insatisfechas que requiere solucionar
hoy. Está desinteresado en la política
macroeconómica y es comprensible.
Tenemos actitudes en nuestras vidas que nos conectan o
separan de los demás. El arte del mejor
político es lograr ese contacto y comunicarlo adecuadamente; entender las
necesidades insatisfechas de cada uno y plasmarlas en promesas
electorales.
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